viernes, 25 de febrero de 2011

La bella y la bestia o la felicidad femenina en el siglo XVIII

He leído recientemente la primera versión del cuento, la versión original francesa de Mme. de Villeneuve y he quedado agradablemente sorprendida con el trasfondo de la historia. Cuando el libro cayó en mis manos me dí cuenta de que la versión que todos conocemos, (basada en un cuento publicado 15 años después por otra dama distinta que hizo una versión más corta y en cierto sentido más moderna, que triunfó entre el público y en las que se basan, tanto la película de Cocteau, como la versión de Disney) no tenía nada que ver, la historia original es mucho más compleja y el final está mucho más desarrollado, con la presencia de las hadas y sus propias historias personales.
Pero las cosas que más me han llamado la atención son dos: las características de la bestia y su capacidad de persuasión y la capacidad de la protagonista de adaptarse a la situación y su actitud vital ante la felicidad.
La bestia en cuestión no es en absoluto un apuesto y seductor león que baila como los ángeles, sino un ser torpe y enorme, cubierto de escamas, que camina arrastrando la cola y a cada paso hace retumbar el suelo con su peso; para colmo de males su don de palabra es nulo y su conversación se reduce a tres frases que repite incansablemente todas las noches cuando visita a su prisionera antes de acostarse. Por si fuera poco una de las tres frases es ¿voulez vous coucher avec moi?, así, la protagonista (que además de bondadosa es bastante generosa), deduce que el monstruo está enamorado de ella y no que padece una terrible perversión o un problema de visión o cualquier otra cosa extraña.
En cualquier caso, la bestia quiere hacer la vida agradable a la protagonista y se desvive por ofrecerle en su palacio todo lo que una persona de la época considera necesario para que una mujer sea feliz, a saber: comida en abundancia, ropa elegante y lujosa, joyas para adornarse, un palacio entero a su disposición, incluyendo los jardines, música, espectáculos teatrales, lecturas variadas y una habitación para tareas “manuales” que no quedan descritas, pero que la protagonista encuentra muy agradables y que alterna diariamente con todas las demás actividades (en la época, las damas de alcurnia bordaban, como pasatiempo, todo tipo de cojines, tapicerías, pendones y lencería y competían entre ellas por la calidad y variedad de los bordados).
La protagonista, agradecida en primer lugar por conservar la vida y en segundo lugar porque la vida sea tan agradable no puede por menos que ser amable con su carcelero, pero de ahí a enamorarse de un patoso lleno de escamas hay mucha distancia, así que la bestia saca la artillería pesada de sus recursos: se introduce en los sueños de la protagonista con su aspecto de joven apuesto y le hace la corte con su conversación todas las noches.
Y ahora tenemos a una muchacha dividida entre su gratitud a la bestia por su vida feliz en palacio y su apuesto galán nocturno que hace las delicias de sus noches y provoca que cada vez se acueste más temprano...
Lo más increíble de ésta mujer es que según avanza la historia, siempre acepta la situación tal y como se presenta, después busca el lado positivo y luego se acomoda y disfruta, que al fin y al cabo, la vida es corta, y todo ello sin lamentaciones, sin culpabilidades y sin lágrimas.
En ningún momento la bella deduce que el apuesto galán y la bestia son la misma persona y su decisión de quedarse con la bestia se debe a que lo ve moribundo y la piedad y el agradecimiento son valores que pesan más que cualquier otra consideración, después, en premio a su generosa acción, el monstruo se tranforma en apuesto galán y las pruebas para nuestra protagonista continúan, porque la futura suegra no ve pedigrí suficiente en ella como para aceptarla como nuera.
Pero como es un cuento de hadas, las hadas intervienen y aparecen por arte de magia todo tipo de parientes y de historias cruzadas que acaban por convertir a nuestra protagonista en una princesa digna de su príncipe, que ya sabemos todos que por muy virtuosa que fuera una mujer en esa época, la clase social también importa, y mucho, para alcanzar la felicidad.

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