domingo, 1 de enero de 2012

Miedo

El miedo puede ser brutal, caótico, impactante, imprevisto y absurdo, del tipo que mantiene la atención en una película de terror, pero también puede ser sutil, envolvente, paralizante, siguiendo con el símil del cine, lo que podríamos llamar un thriller psicológico.
Y ese tipo de miedo, más pernicioso cuanto más sutilmente se incorpora a nuestro cerebro es el que se está instalando desde hace años entre nosotros, cada vez más dentro, cada vez más certero en su utilización, no hay más que mirar alrededor para ver la resignación de los ciudadanos ante todo lo que está ocurriendo, sin el menor asomo de queja, con vistas a evitar "lo peor".
Pero ¿qué es "lo peor"?, ¿qué es peor que varios millones de parados, peor que una economía muerta, con empresas que cierran una tras otra, peor que la inseguridad laboral, peor que la falta de futuro para toda una generación y quién sabe si más, peor que la insensibilidad al dolor ajeno, a la precariedad?, nadie lo sabe.
Aunque algo deben de tener en mente los tecnócratas europeos, cuando los recortes los aplican sólo a los ciudadanos, a los más débiles de la escala, a los que se creen votantes y decisorios de sus bienamadas democracias, y no a las compras de armamento, a los barcos de guerra, a los grandes emporios financieros.
Algo deben de tener en mente los gobiernos para recortar en todo menos en armas, el nuestro sin ir más lejos, ha aumentado su partida dedicada a gases lacrimógenos justo en el año 2010, cuando empezaron las protestas ciudadanas, (en 2009 se gastó 239.540,00 euros (IVA incluido), mientras que en 2010 fueron cuatro veces más: 968.490,54 (IVA incluído), y en 2011 más o menos lo mismo: 1.071.770,40 euros), mientras las demás partidas presupuestarias sufrían recorte tras recorte, cuentas, por cierto,  que se hacen con nuestro dinero, que cada vez vale menos, y nunca mejor dicho, puesto que nos suben los impuestos y pagamos más , pero nos dan menos, muchísimo menos, excepto gases lacrimógenos y palabrería, que de eso parece que andamos sobrados.
Pero yo hablaba del miedo, no del dinero, aunque en éstos últimos tiempos parece que están muy unidos, sí, son como uña y carne...
Hace ya diez años que empezamos a sentir miedo, desde el día en que vimos cómo las torres neoyorkinas se desmoronaban como juguetes mal hechos, empezamos a sentir miedo, un miedo indefinido pero que nos hizo aceptar, sin cuestionarlas siquiera, cuantas medidas "de seguridad" y de restricción a las libertades ciudadanas, se les ocurrió ponernos, tanto a los gobiernos como a las compañías aéreas, empresas de servicios y bancos que instalaron desde escáneres de metal hasta cámaras por doquier, muchas de ellas sin aviso (asunto hasta ahora ilegal pero consentido, no sabemos de ahora en adelante).
Y aunque las leyes ya no gozan de prestigio, (empiezan a verse como un mandamiento divino o como un fastidio, según quienes, y luego se actúa en consecuencia, pero no como el contrato legal que nos unía a todos los ciudadanos para civilizar nuestra convivencia), siguen ahí para sacarlas a relucir cuando interesa, y sobre todo para imponer su presencia, presente o futura, (como el castillo kafkiano).
Incrementando el miedo, poco a poco, al principio sutilmente, ahora ya descaradamente, en esta entelequia europea que ha sido capaz de generar los genocidios más atroces y que, después de lavar su imagen y acercarse disfrazada de moderna, futurista y eficaz, regresa, no tan lentamente como uno quisiera, a sus peores y totalitarios momentos.
Mi percepción es localista (se refiere a Europa), ya lo sé, pero es una idea persistente que me aparece constantemente al oír las declaraciones de nuestros políticos, y al leer la prensa diaria. No tengo la información suficiente para saber si Naomi Klein tiene razón en su libro La doctrina del shock y es un movimiento a escala mundial, aunque después de ver las críticas feroces que ha recibido de algunos sitios concretos me inclino a pensar que ha metido el dedo en alguna importante y oscura llaga.
Eso es lo absolutamente terrorífico, y no el cine de terror, ni nuestras pesadillas, de las que antes podíamos despertar.