sábado, 28 de julio de 2007

Los libros, amigos queridos

El futuro del libro, tal y como lo conocemos, está confuso, por un lado las técnicas de impresión mejoran y se puede conseguir un ejemplar por menos dinero y en menos tiempo, y también con más imágenes, tablas, gráficos y cualquier perifollo que se nos ocurra ponerle, casi no hay límites a nuestra imaginación; pero, al mismo tiempo, las versiones electrónicas y en cualquier otro sotorte que no sea papel, son mucho más rápidas, accesibles y económicas que las tradicionales, ¿cuál es entonces el futuro?.
Hay una cosa clara, a río revuelto (mercado editorial) , ganancia de pescadores (lectores), o lo que es lo mismo, mayor accesibilidad de la cultura, que es de lo que se trata, y mientras en gran parte del mundo se sufren guerras y los niños no pueden ir a la escuela, en el resto, la cultura se expande, se multiplica y nos rodea, se mezcla con la información y la publicidad, se confunde con las opiniones y los estudios de sesudas universidades y nos cambia la vida diaria hasta introducirse en todos los resquicios (si no me creen acérquense a un supermercado y traten de elegir un detergente).
Pero volvamos a los libros, esos objetos entrañables, que se heredaban de padres a hijos, a veces con anotaciones (si mi abuelo lo viera..), a veces con ilustraciones utilísimas, a veces llenos de polvo, siempre ahí, para lo que hiciera falta. Esos libros, eran parte del patrimonio familiar, de la memoria compartida, de la visión de la vida, de mil conversaciones amigables. Esos libros... ¿están en peligro?.
Su contenido está claro que no, su función en la sociedad tampoco, su apariencia física ya es otro cantar. Cuando apareció el ordenador empezaron los lamentos por su defunción pero ¿quién querría llevarse el ordenador a su sillón favorito y dormitar con él en la mano, mientras la imaginación vuela por países exóticos?, estaba claro que el ordenador no era su competidor en las noches de insomnio, ni en las perezosas tardes de lluvia. Ahora, los informáticos que todo lo controlan, tienen ya varias soluciones, cómodas, ligeras de peso y sin brillo (para que no dañen la vista), y, aunque su precio y los pocos contenidos disponibles no parece que vayan a desbancarlos por el momento, parece que el camino está concebido y antes o después el aparatito funcionará y todos querremos tener uno.
Los nostálgicos no deben preocuparse, convivirán las distintas formas, y apreciaremos todas, porque, por mucho que lo intente, la realidad virtual no tiene calor, ni tacto, ni textura, ni la inmediatez, ni la ventaja de no necesitar elecricidad. Y acariciar nuestro libro de poemas favorito es algo que nada podrá sustituir jamás.

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