domingo, 25 de noviembre de 2012

Obsolescencia programada

Últimamente se me rompen las cosas con más rapidez que antes, y mientras no se demuestre que mi torpeza manual ha aumentado considerablemente en poco tiempo, tengo que pensar que a los fabricantes se les ha ido la mano en lo referente a la obsolescencia programada de sus productos, lo que unido a la actual crisis económica, a los desvaríos políticos patrios, y la situación del clima, me lleva a preguntarme si la obsolescencia programada se puede aplicar a la especie humana en general o tal vez a los sistemas económicos y sociales (aunque dada la repercusión que éstos tienen en nuestro planeta actualmente, podría conducir al mismo nefasto resultado).
En principio, y ya que no soy partidaria de generalizar, yo me inclino a pensar que nuestro (cada vez más espeluznante) siglo XX ha generado una idea peligrosa que se va a devorar a sí misma y nos va a llevar a todos consigo...

Poner fecha de caducidad a los objetos no pareció una idea muy descabellada a sus autores, puesto que la naturaleza se degrada y trasforma constantemente, pero, puesto que la vida se renueva en un ciclo fructífero y los objetos no dejan sino regueros de desechos que ponen en peligro la supervivencia misma del planeta algo debió de fallar en esa planificación obsolescente.
Ahora bien, cuando veo como el capitalismo neoliberal se consume a sí mismo en una aterradora huida hacia ninguna parte, arrasando a las personas, a los sistemas políticos, a las ideologías y a toda la producción cultural de la humanidad, me hago una pregunta que podría ser el título de una novela de ciencia ficción: ¿Sueñan los humanos con la mundialización?

¿Estoy asistiendo a un final programado del mundo tal y como lo conocemos? este caótico final que me rodea, esta suma de escaladas bélicas, catástrofes naturales y desastres humanitarios al que asisto desde el palco de internet, este aparente desorden azaroso del mundo, ¿realmente lo es?
Porque si esto no es la suma de la estulticia y la avaricia humanas potenciadas por los avances económicos y tecnológicos de los últimos siglos, si en realidad fuera la suma de la maldad y de la avaricia de unos pocos que manejan los poderes fácticos, entonces tendríamos una espeluznante novela de ciencia ficción que sólo está empezando a escribirse.

domingo, 1 de abril de 2012

Malos tiempos para la lírica

Sí, son malos tiempos para la lírica, malos tiempos para la poesía y los sentimientos, sólo hay cabida para los números y la ambición.
Y no será fácil plantar cara a los agresivos contables sin corazón, sin una estrategia que sean capaces de entender.
Fué lo primero que pensé en la emotiva manifestación en apoyo del juez Garzón (Madrid, 29 de enero de 2012), mientras nosotros llorábamos escuchando poemas sobre la razón y la justicia (Marcos Ana, Luis Pastor, García Montero...), nuestros economistas favoritos se regocijaban haciendo las cuentas de todo lo que nos iban a esquilmar con la connivencia y ayuda de nuestros gobernantes, gobernantes elegidos con nuestros votos pero defensores de intereses ajenos, nada de pensar en el bien del pueblo, puesto que para ellos, lo público no es más que otro sector de negocio.
Y puedo entenderlo, un país con buenos servicios públicos no es más que un nido de ciudadanos concienciados, educados, preparados para discernir y ocupar puestos de trabajo de interés, dispuestos a tomar sus propias decisiones y a defenderlas.
Todo lo contrario de lo que desean: una fuerza de trabajo ignorante y sin voz, frágil y manejable, fácilmente coaccionable y sobre todo exprimible, porque de eso se trata de cosificar al prójimo y convertirlo en dividendos.
Hace un tiempo en que los consumidores eran algo importante para las empresas y si se conservaba la dignidad en los puestos de trabajo era para asegurar la capacidad adquisitiva de esos trabajadores en tanto consumidores, cosa que ha dejado de suceder por dos motivos:
A) la exportación es la meta de toda empresa que se precie y no el mercado nacional.
B) las empresas han perdido el peso en la balanza económica, ahora las decisiones y los beneficios se sitúan a niveles diferentes, los de las grandes operaciones bursátiles y la compra-venta de empresas verdaderas o ficticias, que generan beneficios extraordinarios sin producir nada tangible excepto el despido innecesario y la ruina de corporaciones que funcionaban de manera impecable hasta que el dragón de turno se fijó en ellos, y con su operación de absorción y desguace se hizo con un montón de millones y un patrimonio inmobiliario que volvía a alquilar o vender para sacar doble beneficio.
Así las cosas, las personas tienen poco peso específico en este maremagnum de acciones, opas y empresas tapadera que utilizan unas multinacionales cuyos intereses están tan entremezclados y ocultos que es difícil de tener una visión clara de quién es quién en el mercado internacional.
Y en el nacional también, porque a pesar de algunos nombres que se asoman sin pudor a la ventana de su principal seña de identidad, que no la única, el entramado es ya tan grande que solo vemos los que nos dejan ver, en gran parte gracias a los medios de comunicación, hábilmente manejados y participados, hasta el punto de que la libertad de expresión, tan defendida por nuestra constitución, no es más que una pantomima.
Pero, ¿qué opciones tenemos, mientras los grandes ladrones son amnistiados y los funcionarios perseguidos por tener un trabajo fijo que les da la oportunidad de salir a decir lo que piensan sin miedo al despido?.
Tenemos grandes problemas, pero ¿Qué estamos haciendo para solventarlos?
De nuevo ahí estamos divididos:
Unos apoyan incondicionalmente a los gobernantes, en la creencia de que forman parte de esa élite dominante (no se reconocen como víctimas, dada la demagogia que envuelve todas las tropelías, pero nada más lejos de la realidad, no hay ganancias suficientes para repartir entre esos millones de votantes que se creen miembros de un selecto club)
Otros, que se saben víctimas, dudan entre mantener su individualidad por encima de todo o trabajar denodadamente un frente común que no termina de concretarse, escurridizo como las mismas relaciones humanas, aún a sabiendas de que el tiempo, precioso, juega siempre en contra.
Porque, al fin y al cabo, somos personas, no números o programas informáticos, y estamos hechos de carne, sangre y emociones, de dignidad y de ideales, de pensamientos y poesía, y nos hacemos más personas día a día y verso a verso, lo cual, paradójicamente, nos lleva a nuestra destrucción.
Porque vivimos un momento delicado y trascendente, donde algo creado por la especie humana se ve superado por ella. Aunque en sí mismo, el mercado bursátil no es más que una herramienta y depende de quién la maneja, el problema es que concentra tanto poder y es tan fácil de controlar por unos pocos miembros que se vuelve tan destructora como el peor de los ejércitos y me hace dudar de si no es el mercado el que controla realmente a sus dirigentes tan absortos en su poder que han olvidado que ellos también son personas de nuestra misma especie, y no sólo nuestros depredadores.
Y así, mientras una gran parte de los ciudadanos de nuestro país se esfuerza, lucha con manifestaciones y protestas, sale a la calle en huelga general, perdiendo tiempo, dinero y quién sabe qué más; otra parte de los ciudadanos de este mismo país se entregan con pasión e inversión económica a las manifestaciones típicas de Semana Santa, y por el aumento de los tambores a diferentes horas del día, no debe quedar hora libre para organizar ninguna más.

domingo, 1 de enero de 2012

Miedo

El miedo puede ser brutal, caótico, impactante, imprevisto y absurdo, del tipo que mantiene la atención en una película de terror, pero también puede ser sutil, envolvente, paralizante, siguiendo con el símil del cine, lo que podríamos llamar un thriller psicológico.
Y ese tipo de miedo, más pernicioso cuanto más sutilmente se incorpora a nuestro cerebro es el que se está instalando desde hace años entre nosotros, cada vez más dentro, cada vez más certero en su utilización, no hay más que mirar alrededor para ver la resignación de los ciudadanos ante todo lo que está ocurriendo, sin el menor asomo de queja, con vistas a evitar "lo peor".
Pero ¿qué es "lo peor"?, ¿qué es peor que varios millones de parados, peor que una economía muerta, con empresas que cierran una tras otra, peor que la inseguridad laboral, peor que la falta de futuro para toda una generación y quién sabe si más, peor que la insensibilidad al dolor ajeno, a la precariedad?, nadie lo sabe.
Aunque algo deben de tener en mente los tecnócratas europeos, cuando los recortes los aplican sólo a los ciudadanos, a los más débiles de la escala, a los que se creen votantes y decisorios de sus bienamadas democracias, y no a las compras de armamento, a los barcos de guerra, a los grandes emporios financieros.
Algo deben de tener en mente los gobiernos para recortar en todo menos en armas, el nuestro sin ir más lejos, ha aumentado su partida dedicada a gases lacrimógenos justo en el año 2010, cuando empezaron las protestas ciudadanas, (en 2009 se gastó 239.540,00 euros (IVA incluido), mientras que en 2010 fueron cuatro veces más: 968.490,54 (IVA incluído), y en 2011 más o menos lo mismo: 1.071.770,40 euros), mientras las demás partidas presupuestarias sufrían recorte tras recorte, cuentas, por cierto,  que se hacen con nuestro dinero, que cada vez vale menos, y nunca mejor dicho, puesto que nos suben los impuestos y pagamos más , pero nos dan menos, muchísimo menos, excepto gases lacrimógenos y palabrería, que de eso parece que andamos sobrados.
Pero yo hablaba del miedo, no del dinero, aunque en éstos últimos tiempos parece que están muy unidos, sí, son como uña y carne...
Hace ya diez años que empezamos a sentir miedo, desde el día en que vimos cómo las torres neoyorkinas se desmoronaban como juguetes mal hechos, empezamos a sentir miedo, un miedo indefinido pero que nos hizo aceptar, sin cuestionarlas siquiera, cuantas medidas "de seguridad" y de restricción a las libertades ciudadanas, se les ocurrió ponernos, tanto a los gobiernos como a las compañías aéreas, empresas de servicios y bancos que instalaron desde escáneres de metal hasta cámaras por doquier, muchas de ellas sin aviso (asunto hasta ahora ilegal pero consentido, no sabemos de ahora en adelante).
Y aunque las leyes ya no gozan de prestigio, (empiezan a verse como un mandamiento divino o como un fastidio, según quienes, y luego se actúa en consecuencia, pero no como el contrato legal que nos unía a todos los ciudadanos para civilizar nuestra convivencia), siguen ahí para sacarlas a relucir cuando interesa, y sobre todo para imponer su presencia, presente o futura, (como el castillo kafkiano).
Incrementando el miedo, poco a poco, al principio sutilmente, ahora ya descaradamente, en esta entelequia europea que ha sido capaz de generar los genocidios más atroces y que, después de lavar su imagen y acercarse disfrazada de moderna, futurista y eficaz, regresa, no tan lentamente como uno quisiera, a sus peores y totalitarios momentos.
Mi percepción es localista (se refiere a Europa), ya lo sé, pero es una idea persistente que me aparece constantemente al oír las declaraciones de nuestros políticos, y al leer la prensa diaria. No tengo la información suficiente para saber si Naomi Klein tiene razón en su libro La doctrina del shock y es un movimiento a escala mundial, aunque después de ver las críticas feroces que ha recibido de algunos sitios concretos me inclino a pensar que ha metido el dedo en alguna importante y oscura llaga.
Eso es lo absolutamente terrorífico, y no el cine de terror, ni nuestras pesadillas, de las que antes podíamos despertar.