jueves, 1 de diciembre de 2011

Tengo una sensación extraña

Tengo una sensación extraña, cuando miro a mi alrededor y observo lo que sucede, me da por pensar que hay dos mundos paralelos, dos realidades que discurren sin tocarse aunque podrían colisionar en cualquier momento y la explosión será tan impactante como la de un meteorito.
Pero voy a explicarme un poco, porque no estoy escribiendo un texto de ciencia ficción (aunque la realidad cada vez se le parece más), ni tampoco una fantasía alternativa, sobre las diferentes percepciones de la realidad que los seres humanos tenemos la capacidad de conseguir.
No, yo me refiero a algo mucho más concreto: a la imagen del mundo que nos dan los medios de comunicación sobre nuestra situación económica actual y los agentes que la impulsan y la imagen que nos dan los mismos agentes económicos sobre la misma situación.
Por una parte se esfuerzan en convencernos de que ellos son los únicos que saben lo que está pasando, que saben como controlar la situación y que nosotros, lo único que tenemos que hacer, es obedecer como niños buenos y aceptar el castigo que nos merecemos, aunque no recordamos haber hecho nada malo, para salir adelante siguiendo sus normas (aunque sus normas nos lleven para atrás, en el espacio o en el tiempo, sobre todo en el tiempo, a un lugar inhóspito y feroz donde impera el sálvese el que pueda) y por otra sólo hay que mirar las fachadas de las entidades bancarias para notar que nada ha cambiado, las mismas imágenes de gente feliz por haber conseguido un crédito, los mismos productos financieros, los mismos regalos por domiciliar tu cuenta...
Es decir, te levantas por la mañana y tanto si escuchas la radio como si lees la prensa te dicen que la situación es desesperada, que el mundo se hunde y que si no renuncias a tu sueldo, a tus vacaciones, y a tu jornada laboral de ocho horas (que tantas generaciones y años de sacrificio costó conseguir) tu tendrás la culpa de lo que ocurra, que si no renuncias a tus prestaciones sanitarias y a tu derecho a la educación (recogido en una constitución que creías sagrada e inmutable, y que resulta que ya no lo es tanto), morirás enfermo, pobre y explotado, que en realidad es lo que vas a conseguir si renuncias a todo eso.
Y sin embargo  cuando sales a la calle y miras alrededor la publicidad que te acosa, los consejos que te dan en tu banco y el mecanismo de la bolsa, es exactamente el mismo de antes: captar tu atención y tu dinero (si es que te queda algo) para manejarlo como siempre, en lo de siempre y con la misma impunidad que siempre, y si no, miren que fácil consiguen el indulto algunas personas, ayer presos convictos por robar y malversar tu dinero, hoy entrevistado de éxito sobre como seguir dejando que te roben y te exploten para salir de la crisis, y todo en los mismos medios, que tiene mérito la cosa.
En fin que recuerdo a Ingrid Bergman en aquella sugerente película que en España se llamó "Luz de gas" y me pregunto ¿es que no se conforman con empobrecernos, robarnos, menospreciarnos, insultar nuestra opiniones y convicciones, expoliarnos de nuestros derechos conseguidos y condenarnos al mutismo social, sino que también quieren que ingresemos en un manicomio (privado) para expropiarnos hasta de nuestra conciencia?.
Estoy estupefacta con lo que veo y con lo que oigo a diario, pero cuando cruzo el semáforo y me topo con un enorme y carísimo cartel (impreso en tintas químicas y en papel no ecológico) donde el banco de turno me dice sonriente que quiere mimarme, porque yo lo valgo, es que ya entro en estado de parálisis cerebral, aunque, igual sería lo mejor, no sé, que ya empiezo a dudar, ¿será que ya me empieza a hacer efecto la luz de gas?